viernes, 30 de noviembre de 2012

Relato: La caja de nuestra vida


La caja

¿Qué cambiarías en tu vida si te dieran la oportunidad ahora mismo?

Miguel se quedo mirándome atónito por hacerle esa pregunta inesperada y no supo contestarme; siempre había pensado que lo tenía todo claro pero en aquel momento dudo. ¿Qué cambiaria?
Intentó recopilar en su mente el inicio de su viaje en este corto camino de la vida diseñado por  breves  tramos de diferentes colores,  distancias  recorridas en distintos tiempos dejando en el aire una estela de variopintos sinsabores. A su mente  llegaron fugaces imágenes, fotografías instantáneas  registradas en su cerebro a través de la retina de sus ojos. ¿Qué había ocurrido con él  y su gente?
Como una película vista hace tiempo fue recorriendo  en su memoria el primer tramo de su camino acompañado de un color blanco casi translucido que le acompañaba atravesando un maravilloso arco iris lleno de emociones; un nuevo tramo apareció surgiendo nuevos e increíbles sentimientos que llegaban súbitamente a su corazón apareciendo la imagen distorsionada de aquella chica morena de pelo rizado; miradas cómplices  desbordadas de ilusiones y proyectos compartidos que  les envolvían,  pero el camino se iba estrechando y las pequeñas cuestas se hacían interminables, el cansancio le hizo parar y observar como otras gentes caminaban a su lado, unos rápidos y ligeros como el viento y otros que como él, andaban  despacio arrastrando sus pies, levantando polvo y piedras que iban recogiendo a cada paso que daban.
Una mujer  que pasaba por su lado se paró unos instantes  y pregunto a todos los que llevaban la misma caja  ¿Para qué queréis esas piedras que lleváis en esas cajas?
Todos la miraron sin saber exactamente el por qué lo hacían, pero Miguel  que iba el primero grito con voz tosca,-para construir nuestra casa cuando lleguemos al final del camino y así podremos descansar.
-Sí, sí. -Gritaron todos los que seguían a Miguel. – Para construir una casa.
¿Pero si no la necesitáis? -les dijo aquella mujer. -Si andáis ligeros no levantareis polvo y las piedras no aparecerán bajo vuestros pies,  caminareis ligeros, disfrutareis del paisaje, de las gentes que os encontréis, del aroma de las flores, de la luz del día y el resplandor de las estrellas en la noche  y así cuando lleguéis  casi al final del camino podréis recordar todo lo que anduvisteis con alegría y tendréis la suficiente fuerza para hacer entonces lo que queráis.
–Pero aquella suave y dulce voz se desvaneció en el aire, nadie la escucho; la mujer con tristeza  prosiguió su viaje dejándoles atrás en el tiempo.
¿Qué llevas en esa caja? -pregunto María interrumpiendo los pensamientos de Miguel.
En aquel momento Miguel reaccionó.
-¿Eras tú?  - Le dijo a ella.
Había transcurrido mucho tiempo desde aquel día y Miguel  había cambiado;  su pelo había perdido su brillo y fuerza, caminaba lentamente como el que lleva un yugo sobre su espalda, su  expresión  era triste y su mirada había perdido todo su esplendor, aún  llevaba esa caja que solía siempre acompañarle cuando yo le conocí, pero ahora se veía desgastada y deformada por el peso que durante tantos años tuvo que soportar de las piedras que en su camino iba recogiendo.
María, -¿sabes? -Dijo con cierto tono melancólico; -tenías razón; llegue al final de ese camino acumulando cajas y cajas de piedras que durante toda mi vida fui cogiendo y ahora me encuentro que no tengo fuerzas  ni siquiera para abrir una de ellas.
Miguel no dijo nada más, se levantaron de aquel banco de madera ya desgastado por el paso de los años y dándole la mano a María volvieron a retomar ese pequeño tramo de camino que aún les quedaba por recorrer, dejando por fin atrás la última caja de Miguel bajo la sombra del último árbol del camino.

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