Ambos pueblos regaban sus tierras con el agua procedente del mismo río y se abastecían de los mismos alimentos, en una palabra tenían los mismos riesgos y también las mismas oportunidades para mejorar sus vidas, sin embargo el comportamiento de sus gentes era distinto y eso quedaba reflejado en su aspecto.
Los Kuujun tenían rasgos faciales duros, entrecejo fruncido y mal aliento, hasta incluso su apariencia era enfermiza; por el contrario los kaajan tenían un semblante sereno, un aroma agradable envolvía su cuerpo y andaban siempre mirando al frente y cara al viento.
Ni unos ni otros entendían el porque existía esa gran diferencia en su aspecto, hasta que decidieron vivir una temporada juntos y descubrir que era lo que estaba ocurriendo.
Al llegar la mañana, los Kaajan le sonrieron al alba, y todos se saludaron “Buenos días” – se decían. Los Kuujun extrañados les preguntaron ¿Y por qué hacéis eso? -Pues para empezar bien el día, les contestaron.
Se fueron todos al campo y empezaron a cosechar la tierra. ¡Este es nuestro primer día, veremos qué es lo que la naturaleza nos da! –Todos Dijeron.
Los Kaajan cosecharon un plan y no tuvieron miedo, el riego era su confianza y el fruto que obtenían estaba basado en la constancia, obtuvieron como resultado una gran satisfacción.
Los Kuujun en cambio desecharon el plan ya que tenían miedo de plantearse una idea y no poderla alcanzar, cosecharon el fracaso, obteniendo como fruto la frustración, de ahí la constante negación que afectaba a su pensamiento deteriorando hasta a su aspecto.
Todo en esta vida es cuestión de actitud y tiempo.
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