El reloj del tiempo
El reloj del tiempo necesita su cuerda, está en cada uno de nosotros saber cuándo hay que parar y engrasar su maquinaría.
¡Qué suerte tengo!, me decía mientras observaba a ese reloj que inalterable ante mi mirada seguía su paso, no había nada que le detuviese.
Tic, tac, tic tac…. tic… tac…….. tic.
Carmen, me pregunto Juan Manuel, ¿Estás bien?. Si, conteste con una sonrisa en mi mirada.
Eran muchas las personas que se encontraban en aquel restaurante y pondría mi mano en el fuego que para cada una de ellas el tiempo pasaba de un modo distinto. ¡Qué curioso!
Y allí estaban en esa gran sala repleta de comida gastando lo más valioso que tenemos en nuestra vida; unos mirando y observando las paredes como si fuesen a descubrir algo emocionante en algunas de sus pequeñas grietas ó altos techos con finas telarañas, otros sumergidos en sus propios pensamientos esquivando miradas ó absortos en sus móviles con gestos patéticos; alguna madre prodigando todo su amor a través de sistemáticos y paranoicos gestos, mientras que otros con cierto aire altivo discutían sobre banalidades sin resultado y como no los pequeños con sus llantos poseedores de la gran tragedia de la pérdida de su juguete.
Todos allí cada uno de ellos dueños absolutos de su propia historia compartían el mismo techo de la vida llamado “tiempo”; de repente un hombre alto con semblante sereno, piel curtida y mirada penetrante entró en la sala; uno de los niños grito. ¡Mira es un vendedor!; muy pocos en aquel momento fueron los que le miraron, la mayoría continuaron imbuidos en su historia, sólo era un hombre que vendía algo ¿qué importaba?.
¿Alguien me puede ayudar? grito en voz alta; pero no recibió respuesta y de nuevo volvió a gritar esta vez con más fuerza. Por favor ¿es que nadie puede ayudarme?. Pero aún así nadie se giro para mirarle y preguntarle qué era lo que necesitaba, no podían interrumpir aquello que habían comenzado.
Otro niño entonces grito, -mira, mira el reloj se está parando-, hubo varios tic tac más y aquel reloj dejo de funcionar.
Un gran silencio tras una fuerte explosión lleno la sala. Las copas de bohemia custodiadas durante largos años sin que nadie pudiese tocarlas aparecían esparcidas por todo el suelo del gran salón todas ellas mutiladas, cientos de trocitos de cristal inundaban la sala iluminándola con sus pequeños destellos. El silencio se apodero de todo y de todas aquellas historias.
Aquel hombre vendía tiempo pero nadie tuvo un segundo para levantar la mirada y prestarle un poquito de atención, eran las 18:10 de la tarde y yo estaba allí junto a los demás, pero escuche a ese niño anunciando la llegada de aquel viajero y salí para preguntarle en que le podía ayudar.
Cada segundo empieza y termina, cada minuto que nace empieza a morir, miremos a nuestro alrededor y prestemos atención porque quién sabe….., quizás un día vuelva el tiempo a darnos otra oportunidad para que sigamos a su lado.
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