viernes, 14 de septiembre de 2012

Relato: Atrapados en la Calle

Atrapados en la calle

Un cuento actual lleno de realidad donde la calle, a pesar de no tener barrotes, encierra grandes miserias.

Allí estaban los tres hombres, sentados en el quicio de la acera a la espera de las bolsas cuyo sello  impreso cerca del código de barras, les  recordaba el día en el que vivían no pudiendo escapar a la realidad por mucho que lo intentasen.
Tres hombres de mediana edad, donde el paso del tiempo había anulado sus sueños; esperanzas sesgadas por el infortunio de unos y por el libre albedrío de cuestionables gestiones de otros; allí  sin más, se encontraban mermados en aquel recinto de veinte metros cuadrados depósito de comidas ya  caducadas y otros enseres cuya vida estaba ya expirando.
Celosos, como si hasta el aire pudiera robarles una brizna, permanecían hombro con hombro, codo con codo sentados en la ya roída y desgastada acera que tanto peso en idas y venidas fue soportando durante años. Muchas historias y secretos habían quedado sellados entre las juntas negruzcas de las viejas baldosas y ahora volvía a ser el testigo de tres historias mudas cuyos ojos desgastados por el llanto te lo contaban todo.
Los tres cuerpos, dando la espalda al resto del mundo como si de una paradoja se tratase, permanecían inalterables con su mirada fija en una única dirección, la gran puerta del  almacén.
¿Cómo hemos llegado a esto? -Se preguntaban rozándose la frente con sus manos temblorosas.
La puerta del  almacén empezó a abrirse ante sus ojos. Un hombre alto y fornido empujaba un carro cabizbajo sin atreverse a elevar la mirada; dejo el carro y apresurándose volvió al interior del almacén, prefería no encariñarse con aquellos desconocidos, no ver la ilusión y atisbos de alegría en los ojos de esos  pobres desesperanzados, por algo que para él era menospreciado.
Los tres hombres se acercaron al carro con sumisión y sumergidos en sus pensamientos iniciaron el reparto de los restos de comida; a los pocos minutos  un grupo de chistosos y alegres jóvenes les gritaban.
-Vaya botín que tenéis hoy tíos.  ¡Guardarnos un poco para la cena!.
Uno de los tres hombres levanto su cabeza para ver a esos ingratos chicos, quería decirles lo afortunados que eran en no tener que pasar lo que ellos estaban viviendo y que en esta vida no todo es lo que parece, pero se llevo una gran sorpresa al descubrir que uno de ellos, el más chistoso y altivo del grupo era su propio hijo.
La sorpresa  expresada en sus rostros fue un elenco de palabras no dichas.
-No te preocupes hijo, le diré a tu madre que  esta noche te prepare algo especial.
Juan llevaba mucho tiempo ocultando una realidad; las dificultades que estaba atravesando su familia  le obligaban a realizar tareas que antes jamás hubiese podido pensar que haría.
Fue una gran lección para aquel joven y sus amigos descubrir como un padre es capaz de llevar hasta lo insospechado el peso de la responsabilidad.
Al día siguiente cuatro hombres  sentados en el quicio de la misma  acera que el día anterior, estaban a la espera de las bolsas cuyo sello  impreso cerca del código de barras les recordaba el día en el que vivían no pudiendo escapar a la realidad por mucho que lo intentasen.
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