El hombre no es ningún Dios y su prepotencia y arrogancia nos conducirá al fin de una civilización, sin embargo una bella historia de amor nos revelará que aún hay esperanza.
.... física,
estimulaba la afectividad en el plano de la amistad y el
amor,
ayudando a la expresión calmada de las emociones y proporcionando
fortaleza
de carácter y fe en sí mismo.
El
hombre siempre había sido un receptor y transmisor de
energía,
al igual que los cristales, por lo que al estar nuestras ciudades
construidas
con gemas, las cualidades que de ellas recibíamos
vibraban
en sintonía con nuestros cuerpos. Nuestro vivir
cotidiano
estaba rodeado de vida y energía con un aire respirable.
El
Merkaba había aterrizado en la ladera de una de las colinas
que
rodeaban el valle. En la lejanía vimos cómo tres personas
descendían
de él. Su estatura, a pesar de medir más de
dos
metros, no nos resultó extraña, dado que era una estatura
media
en aquella época; la manipulación de muchos de los alimentos
siglos
atrás había generado una trasformación en el gen
del
crecimiento, haciendo que las personas aumentasen de tamaño
generación
tras generación.
Desde
el valle les veíamos descender pausada y tranquilamente,
mirando
todo a su alrededor; según se iban acercando,
sentimos
una suave calidez en nuestros cuerpos, una especial luminosidad
se
desprendía a nuestro alrededor como un fluido reflejo
de
nuestro campo psíquico y espiritual, proyectando en él
todos
nuestros pensamientos, emociones y sentimientos positivos
hacia
ellos: era pura energía canalizada basada en la alegría.
Nos
sentíamos muy complacidos de poder hablar con los
Temuranos,
de poder enseñarles todos nuestros conocimientos
y
ayudarles en lo que necesitasen. Sentíamos una escrupulosa
fascinación
por lo que habían desarrollado en la oscuridad dentro
de
sus múltiples túneles hacinados en las profundidades de
la
tierra, aunque no compartiésemos su filosofía.
Los
tres Temuranos seguían descendiendo por la tenue
verde
ladera donde algunos matojos y plantas que durante el
invierno
soportaron el frío despertaban con sus nuevas y jóvenes
hojas
brillantes llenas de vida.
Con
sumo cuidado, los tres invitados iban abriéndose paso
entre
las pequeñas flores, miedosas, tímidas y delicadas, abigarradas
unas
contra otras, formando pequeños grupos que se extendían
por
la ladera a pesar de su timidez.
Estaban
llegando al primero de los siete anillos que componían
la
ciudad y allí estábamos nosotros, esperándoles con
una
inmensa alegría.
Nuestra
ciudad estaba compuesta por siete anillos concéntricos,
cada
uno de ellos el doble de ancho que el anterior, confluyendo
todos
en un pilar central donde se encontraba el árbol
de
la vida, un árbol milenario compuesto de diez ramas que había
crecido
en círculo formando una gran bola y donde sus hojas
de
múltiples colores se entrelazaban en plena armonía.
El gran
árbol Tiféret representaba los estados de la naturaleza
y
cada una de sus grandes ramas tenía la función de abrir
el
acceso a las capacidades escondidas de la psique, un gran referente
de
inspiración para la vida de los Toekom.
De
cada rama brotaban flores y hojas de distintos colores y
formas,
diferenciándose una rama de la otra como si brotasen de
árboles
distintos y a las que llamamos con diferentes nombres.
A
la corona, el centro, el cerebro, le decíamos Kéter, sus
ramas
eran redondeadas y correspondían al reino de la superconsciencia
de
la experiencia, sugiriéndonos un aura rodeando
la
propia conciencia, y así sus flores redondas y blancas envolvían
todos
los poderes conscientes del alma.
La
rama Jojma correspondía al comienzo de la sabiduría
y
las Biná al entendimiento, ambas constituían los axiomas que
definen
el mundo, correspondiendo a los fundamentales del
conocimiento
que yacen detrás de todo nuestro proceso de
pensamiento.
Estos axiomas se encontraban en la estructura
misma
de la mente al nacer y llegaban a integrarse a ella mediante
nuestras
experiencias de vida. Ellas formaban la base de
nuestra
capacidad de estructurar y categorizar la información,
y
por tanto, de obtener sabiduría. Sus ramas voladizas y flexibles
se
entremezclaban con el resto dejando entrever pequeñas
y
estrechas hojas grisáceas con puntas blanquecinas dando frondosidad,
majestuosidad,
haciéndole un gran árbol compacto.
(Continuará, ver Fragmento XIV)
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OTROS LINKS DE INTERES:
Del libro "LA 5ª CLAVE"
Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor. La grandeza de un hombre no se mide por lo que tiene, sino por la valentía que ha ido demostrando en su camino, cada vez que un tropiezo le hizo caer y volvió a levantarse.
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