Los
Temuranos
Los
Temuranos, incomprensiblemente en general, eran personas muy
delicadas,
se veían afectados en muchas ocasiones por
enfermedades
que siglos atrás habían sido tratadas como enfermedades
silenciosas,
donde los efectos se evidenciaban cuando
ya
se habían producido cambios irreversibles; este tipo de
enfermedades
se desarrollaron de tal manera que se volvieron
rebeldes
y agresivas a los tratamientos convencionales.
Manchas
blanquecinas que se iban extendiendo por el cuerpo
eliminando
su pigmentación, produciendo graves quemaduras
si
percibían el mínimo rayo solar, dolores articulares punzantes
intensos
y súbitos, pérdidas intermitentes de la vista y memoria
o
rigidez corporal produciéndoles parálisis esporádicos.
En
las ciudades Temura había muchas personas que arrastraban
otro
tipo de enfermedad cuyo nombre había sido transmutado
por
«Blues». Los síntomas principales eran la apatía,
la
indiferencia, la anhedonía (disminución de la capacidad de
disfrute),
junto con un estado de ánimo deprimido.
En
su forma más grave, este tipo de inhibición conductual
se
les reflejaba como retardo psicomotor, dándose un ralentizamiento
generalizado
de las respuestas motoras, el habla, el
gesto
y una inhibición motivacional casi absoluta. En casos extremos,
este
retardo podía llegar al «estupor depresivo», un estado
caracterizado
por mutismo y parálisis motor casi totales,
y
muy similar al estupor catatónico.
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Acabábamos
de aterrizar en la ciudad, y el Merkaba
ya
se
encontraba
en un hangar que colgaba de uno de los fastuosos
edificios
del Centro de Control de Estudios Humanitarios (CCEH).
Era
de día y la luz del brillante Sol aún permanecía iluminándonos,
aunque
me parecía un Sol distinto, más tenue, menos
bravío;
quizás la multitud de estelas de colores que cruzaban
el
cielo para el desplazamiento de sus Merkabas
hiciesen
que
el Sol del día o el resplandor de la Luna en la noche perdiesen
su
majestuosidad.
Había
oído hablar de los Temuranos y de sus ciudades, por
lo
que no me sorprendió demasiado ver el color predominante,
el
blanco de sus prendas y de sus rostros. Los sonidos que
llegaban
a mis oídos no eran como el ruido de las aguas de mi
ciudad
o el silbido del viento acariciando la vegetación que nos
rodeaba,
sino la cacofonía de multitud de pantallas desplegándose
holográficamente
a nuestro paso y desapareciendo de nuevo
en
un siniestro vacío.
Aprecié
una absoluta organización y limpieza en las calles,
todas
de una única dirección. Hasta las distancias al andar entre
unos
y otros Temuranos parecían estar sincronizadas y medidas.
Aquello
fue lo más escalofriante que pude sentir a mi llegada.
El
bienestar que durante tantos siglos anduvieron buscando
lo
tenían al alcance de sus manos, pero habían olvidado algo
muy
importante, y es que el ser humano tiene fecha de caducidad;
solo
las perlas de liberación prolongada que ingerían diariamente
les
permitían desarrollar una vida «normal».
El
perfeccionamiento de la ciudad era tal que en algunas
ocasiones
se podría pensar que sus habitantes estaban robotizados
y
que esas enfermedades incomprensiblemente aún no
controladas,
en algunas ocasiones, pudieran ser origen de máquinas
defectuosas
con aspecto humano.
Las
turbinas eólicas, compuestas por discos metálicos ubicados
paralelamente
entre las diferentes plantas, componían
impresionantes
edificaciones que parecían acariciar el cielo;
cada
planta de esos edificios rotaba persiguiendo las mejores
condiciones
de luz y del viento que se presentase en el entorno,
un
continuo e inapreciable movimiento daba una vida especial
y
característica a cada vivienda, podías ver la ciudad entera
desde
cualquier rincón de tu domus, era como despertarte
en
el reino celestial.
Otros
presentaban una forma circundante siguiendo los
diagramas
solares; con esta disposición geométrica, el edificio
aprovechaba
todo el espectro solar generando la máxima energía
de
la que se suministrarían los ciudadanos Temuranos.
Sus
domus inteligentes a través de los paneles solares prácticamente
invisibles
conformaban las estructuras almacenando
la
energía procedente del Sol. De ahí se auto regulaba todo lo
que
la mente pudiese imaginar: la intensidad de la luz interior
dependiendo
de la exterior, la auto limpieza en general de prendas,
el
auto análisis y diagnóstico corporal, e incluso la temperatura
ambiente
de un modo automático a través de un registro
del
peso, masa y temperatura corporal. Todo ello dependía
de
su uso habitual y del individuo o individuos que se encontrasen
en
el domus; el sistema analizaba inclusive el tipo de tejido
de
la vestimenta generando la temperatura adecuada en
cada
sala.
Todo
estaba conectado, hasta la propuesta de una sabrosa
comida
en relación a los alimentos disponibles previo aviso
de
la fecha de caducidad. Pero lo más impresionante de
todo
eran las imágenes virtuales de las que disponías en cada
domus,
siendo estas tan reales que te hacían trasladarte a otros
mundos,
a otros países, rodearte de maravillosos paisajes de
montaña,
sumergirte en las profundidades del mar, o encontrarte
en
el árido desierto del valle de la Luna.
(Continuará Fragmento XIX)