De píe, inmerso
en sus pensamientos, como petrificado, se encontraba un hombre a mi lado.
De repente un
humo grisáceo y espeso empezó a deslizarse lentamente envolviéndolo todo,
desapareciendo de mis ojos hasta las pequeñas juntas de las empedradas calles y
aceras; todos los rincones estaban invadidos por ese lento y frio asesino que
iba avanzando sin piedad acompañado de su aliado, el viento.
Oía en la
lejanía gritos de angustia y lamentos, gentes corriendo sin saber dónde ir,
exhaustos por la desesperación e impotencia de verse acorralados.
Yo, perpleja
ante esa dantesca imagen, quise también correr, huir, pero no sabía hacia dónde
dirigirme; me invadió el pánico, me faltaba la respiración, me dolía el pecho,
el alma y sentía cómo a mi cerebro no llegaba el oxigeno. Extendí mi brazo y
abrí mi mano implorando ayuda, ser guiada para poder salir de aquel dramático
laberinto, pero aquel hombre continuaba impasible, inmóvil, sin un gesto de
expresión, sin compasión.
En aquel
momento comprendí que ese hombre era una ilusión óptica de mis ojos, alguien a
quien yo había creado desde mi corazón, nacido de mis necesidades, mis
expectativas e ilusiones pero que realmente no existía; comprendí que tendría
que salir sola de allí si quería seguir viviendo, buscar una salida donde el
asfixiante humo no pudiese alcanzarme.
Volví a
extender mi mano implorando con mis ojos su ayuda, pero su respuesta fue el
silencio acompañado de una fría e impasible mirada. Debía decidir, morir por
nada ó correr y vivir. Finalmente decidí vivir cuando un golpe de viento fresco e inesperado llego
hasta mí.
Respire
profundamente e inicié mi andadura por un nuevo camino pudiendo comprobar que
cada paso que daba, nuevos paisajes, gentes y bellos coloridos me acompañaban.
Me encanta el texto y la foto de portada de libro de memorias. El texto se puede centrar, te quedaría mucho más bonito si cabe. Besos Eva.
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