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Tenía unos 30 años, decían los vecinos que hasta hacía poco tiempo Teresa era guapa, muy guapa; su pelo de color castaño destellaba vida, lo solía llevar recogido con unas pequeñas pinzas de colores adornando su cabeza. Sus labios sonrosados dejaban entrever unos dientes blancos que acompañaban a una cálida y tímida sonrisa, sus ojos pardos eran grandes y su mirada sincera.
Tenía unos 30 años, decían los vecinos que hasta hacía poco tiempo Teresa era guapa, muy guapa; su pelo de color castaño destellaba vida, lo solía llevar recogido con unas pequeñas pinzas de colores adornando su cabeza. Sus labios sonrosados dejaban entrever unos dientes blancos que acompañaban a una cálida y tímida sonrisa, sus ojos pardos eran grandes y su mirada sincera.
Pero los malos tratos de su marido palizas e insultos,
hizo de aquella mujer un alma sin vida, dejo de recogerse el pelo, de sonreír, perdió
la vitalidad de su mirada, su ingenio y gracia dejando entrever en su lento
caminar el rastro de la desesperanza y desaliento.
Teresa en su soledad desistió, dejo de luchar por ella
y súbitamente a su cerebro llego la oscuridad cegada por un miedo aterrador.
Miedo a hablar, miedo a pensar, miedo a decir, miedo a hacer, miedo.
Pobre Teresa, en silencio lloraba en cada rincón de su
casa desconsolada hasta quedarse sin lágrimas intentando comprender que es lo
que estaba haciendo mal.
Mujeres como ella, sencilla, tenaz, valiente y sin
arrogancia, sufridora, curtida por la desgracia y forjada por el dolor
engrandecen a la raza humana haciendo a sus verdugos monstruos miserables.
La sumisión y el silencio la mato. ¿Por qué no
denunciaste Teresa?
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