Atrapados en la calle
Un cuento actual lleno de realidad donde la calle, a pesar de no tener barrotes, encierra grandes miserias.
Allí
estaban los tres hombres, sentados en el quicio de la acera a la espera
de las bolsas cuyo sello impreso cerca del código de barras, les
recordaba el día en el que vivían no pudiendo escapar a la realidad por
mucho que lo intentasen.
Tres hombres de mediana edad, donde el
paso del tiempo había anulado sus sueños; esperanzas sesgadas por el
infortunio de unos y por el libre albedrío de cuestionables gestiones de
otros; allí sin más, se encontraban mermados en aquel recinto de
veinte metros cuadrados depósito de comidas ya caducadas y otros
enseres cuya vida estaba ya expirando.
Celosos, como si hasta el aire pudiera
robarles una brizna, permanecían hombro con hombro, codo con codo
sentados en la ya roída y desgastada acera que tanto peso en idas y
venidas fue soportando durante años. Muchas historias y secretos habían
quedado sellados entre las juntas negruzcas de las viejas baldosas y
ahora volvía a ser el testigo de tres historias mudas cuyos ojos
desgastados por el llanto te lo contaban todo.
Los tres cuerpos, dando la espalda al
resto del mundo como si de una paradoja se tratase, permanecían
inalterables con su mirada fija en una única dirección, la gran puerta
del almacén.
¿Cómo hemos llegado a esto? -Se preguntaban rozándose la frente con sus manos temblorosas.
La puerta del almacén empezó a abrirse
ante sus ojos. Un hombre alto y fornido empujaba un carro cabizbajo sin
atreverse a elevar la mirada; dejo el carro y apresurándose volvió al
interior del almacén, prefería no encariñarse con aquellos desconocidos,
no ver la ilusión y atisbos de alegría en los ojos de esos pobres
desesperanzados, por algo que para él era menospreciado.
Los tres hombres se acercaron al carro
con sumisión y sumergidos en sus pensamientos iniciaron el reparto de
los restos de comida; a los pocos minutos un grupo de chistosos y
alegres jóvenes les gritaban.
-Vaya botín que tenéis hoy tíos. ¡Guardarnos un poco para la cena!.
Uno de los tres hombres levanto su
cabeza para ver a esos ingratos chicos, quería decirles lo afortunados
que eran en no tener que pasar lo que ellos estaban viviendo y que en
esta vida no todo es lo que parece, pero se llevo una gran sorpresa al
descubrir que uno de ellos, el más chistoso y altivo del grupo era su
propio hijo.
La sorpresa expresada en sus rostros fue un elenco de palabras no dichas.
-No te preocupes hijo, le diré a tu madre que esta noche te prepare algo especial.
Juan llevaba mucho tiempo ocultando una
realidad; las dificultades que estaba atravesando su familia le
obligaban a realizar tareas que antes jamás hubiese podido pensar que
haría.
Fue una gran lección para aquel joven y
sus amigos descubrir como un padre es capaz de llevar hasta lo
insospechado el peso de la responsabilidad.
Al día siguiente cuatro hombres
sentados en el quicio de la misma acera que el día anterior, estaban a
la espera de las bolsas cuyo sello impreso cerca del código de barras
les recordaba el día en el que vivían no pudiendo escapar a la realidad
por mucho que lo intentasen.
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