Nada es lo que parece si no te esfuerzas por verlo.
Era mi cumpleaños, cumplía 12 años. Aquel día
salí de casa corriendo al ver como mi padre desesperado lloraba intentando
tragarse las lágrimas para no hacer ruido, mi madre apoyada sobre el desgastado
quicio de la puerta escuchaba abatida sus gemidos sin atreverse a consolarle,
mi pequeña hermana ajena a nuestra pobreza correteaba incansable por la casa y
yo me encontraba ahí, en medio de todos sin poder hacer nada; un sudor frio
recorrió mi cuerpo y fui consciente de mi debilidad y hambre, llevaba varios
días sin apenas comer, fue entonces cuando decidí salir a la calle sin saber
muy bien dónde dirigirme hasta que a lo lejos vi como un niño de mi edad aparentemente
adinerado iba caminando lentamente a través de un pequeño campo en las afueras
de la ciudad con un pan en la mano.
Me acerque a él despacio con la intención de
quitárselo, de repente vi como lo tiraba al suelo, arrastró su pierna y lo
piso. En su rostro percibí una extraña expresión y me sentí ridiculizado,
despreciado y humillado.
Una gran rabia interior me hizo empujarle, le
tire al suelo y le propine una gran patada. -Eres cruel, soberbio y egoísta- le
dije, -ni siquiera has tenido piedad de darme ese trozo de pan que te sobraba-.
La irá me invadió de nuevo y volví a golpearle mientras él intentaba alcanzar
sus gafas rotas, después sin mirar atrás salí corriendo.
Unos días más tarde escuche a mi padre como le
contaba una triste historia a mi madre.
Juanito, el hijo de los Valverde, el pobre además
de huérfano se ha quedado ciego tras el accidente. Yo apreciaba a esa familia,
eran de las pocas personas que ayudaban a los más débiles y pobres de la zona y
por eso el otro día al conocer la noticia lloré amargamente, tenemos que hacer
algo Manuela, el otro día la abuela postrada en su silla de ruedas enfermó y
pidió a Juanito qué viniese a casa como pudiese y nos avisará para ayudarles, a
cambio nos traía una hogaza de pan y algunas monedas, dicen que el pobre niño
al no ver se tropezó y cayó, le han preguntado qué fue lo que paso, pero él no
quiere hablar del tema, ¿quién podría sino hacerle daño?.
Tras aquellas palabras que oí a mi padre, aquel
día aprendí la gran lección de mi vida. Era yo el cruel, soberbio y egoísta,
comprendí el porque ese niño con rara expresión arrastraba su pierna pisando
sin querer el trozo de pan, comprendí que la riqueza no da la felicidad y que
el rico, el afortunado y también el ciego era yo.