Hola New York! Hola Europa! Hola América! Hola España!
Hoy, en un día muy especial recibo la gran noticia de ser portada en la
prestigiosa revista neoyorquina "Visitame Magazine". Me siento muy
feliz por ello y os invito a entrar en está magnífica revista cultural.
Mi relato está basado en un hecho real que viví hace unos años. Gracias
Hilda Serrano Lemes y a todo el equipo que conforman esta revista por hacer visibles a escritores y artistas del mundo.
https://www.hildafusion.com/relato4-m9
Hoy
sonrío a la vida
—Era
un 18 de enero de 1984; tras los cristales de la fría ventana de un
hospital de Madrid, veía cómo los tímidos copos de nieve se
deslizaban hacía el vacío, cristalizando los grandes ventanales de
mi habitación.
Tendida
en la cama, entre sábanas blancas y envuelta en una verde bata,
vivía uno de los momentos más felices que una mujer puede vivir: el
alumbramiento de mi hija.
Me
acababan de subir del paritorio y todo parecía estar bajo control.
Solo habían transcurrido unos minutos, cuando el doctor, la
enfermera y mi acompañante abandonaron la sala murmurando
graciosamente sobre la belleza de ese pequeño ser que acababa de
nacer, momentos en los que una soledad absoluta llena de misterio y
felicidad me embriagaba.
Súbitamente,
sentí cómo mi mundo se iba vaciando y una sensación placentera me
iba invadiendo. Quería gritar, pero no podía, la debilidad de mi
cuerpo me lo impedía; de
mi mente se alejaban los recuerdos
enturbiándose y mezclándose con dispares pensamientos.
Me
alejaba, me iba yendo de este mundo sintiendo una profunda tristeza y
la felicidad de un eterno sueño en el que intermitentes nubes
blancas me iban absorbiendo, haciéndome entrega de una
indescriptible paz, borrándose
de mi mente todos los recuerdos.
Inesperadamente,
una dulce sombra entro en la sala y delicadamente acaricio mi cuerpo.
—¿Hija
estas bien?
—Me
pregunto mi madre dándome un beso.
—Madre
solo veo cientos de pinceladas negras en el cielo. —Madre, no veo.
Madre, me muero.
En
la lejanía, las voces de socorro recorrían como punzadas mi
estremecido cuerpo, gritos envueltos por un estremecedor silencio.
—Enfermera,
enfermera. Oía gritar a mí madre en la lejanía de una cercana e
inmediata despedida.
—Mi
hija se muere
—Inyección
intravenosa —dijo una enfermera—. ¡La perdemos!
Mi
debilidad era tal que nada me importaba, solo quería descansar y
dejarme llevar.
Ni
frío, ni calor, ni angustia, ni dolor, solo una inmensa paz.
Un
brusco pinchazo sobre mi vientre plano unido a un descomunal abrazo,
me hizo suspirar.
—¡Mirad!
—¡Mirad!
—¡Está
volviendo! —Gritaron.
Y
volví, y regresé de un viaje a medio recorrer. Mi tren, ese día,
se paró y ahora está ahí, aguardándome silencioso en una
imaginaría estación, quizás sea la estación de la vida la que
determine si nuestra hora llegó o no.
Mi
grito silencioso de socorro el infinito alcanzó. Mis ángeles
invisibles me oyeron, Haahia estaba allí, conmigo y me socorrió.
Desde
entonces, cada día recuerdo que mi vida es un regalo del cielo, mis
hijos a mi lado, mi familia, mis amigos, el amor.
Vive,
amigo mío, no odies, no generes rencor, no acumules resentimientos,
ni seas avaro con tu riqueza, porque el viaje será en un tren sin
equipaje parco en despedidas, donde iréis tú y la paz de tu
interior.
Hoy
sonrió a la vida, y le doy gracias a Haahia, mi ángel, mi
protector, aunque por un hijo… ¿Qué madre no daría la vida?
María
del Carmen aranda
Escritora/
poeta