Hace tiempo que tengo el libro y estaba aguardando impaciente en uno de los estantes de mi librería para su lectura y ayer mismo, comencé y por la noche, había devorado cada una de sus páginas con voracidad.
«Flores entre Escombros» no es solo una publicación más sobre la guerra
fratricida en España; es una historia de una mujer que cuenta sus
vivencias a una hija, que posteriormente las escribe con maestría
absoluta. El relato es la cruda realidad de la posguerra española, una
crueldad innecesaria dividida en dos bandos, en donde, el hambre a los
que les tocó estar en el lado contrario, se hacía insoportable e
inaguantable.
Aquella negra época, era de celebración para unos y de luto para otros, pero lo peor de esta amarga tragedia, es que la gente normal y corriente como la familia de esta novela, era como la de miles y miles de españoles que no comprendían lo que estaba pasando a su alrededor; ellos solo querían vivir en paz y tener un trabajo digno y permanente, pero el destino les situó en el lado de la miseria. Era el lado de los perdedores. El lado de la amargura.
«La busca» es la cotidianidad que como a Concepción, también le tocó vivir a mi padre y a su familia; ellos, estuvieron en la parte castigada por la represión, esa a la que llamaban de izquierdas, algo que muchos ni comprendían. La suerte de mi madre en cambio, fue mucho mejor y aunque con carencias, estuvieron en el otro lado del hambre, en la zona de la derecha. Mi padre, fue de esos niños que junto a sus hermanas, fueron llevados a Valencia. Recogía carbón de las vías del tren pasando por las penurias del frío y del dolor aullador y delirante en el estómago. Posteriormente también se dedicó al estraperlo y a sobrevivir. No tenía mucho, pero me dejó su mejor herencia; su amor. Por eso, esta novela me ha emocionado tanto, me ha llegado al corazón y ha removido todos y cada uno de mis recuerdos, momentos relatados por mis ancestros al calor del brasero y al cariño desinteresado de unos padres, que soportaban las penurias en silencio y con una sonrisa en el rostro.
María del Carmen Aranda, te introduce en esta triste historia y te lleva de la mano por esos lugares que te contaron de chiquillo y que hoy, sigo viendo en mis evocaciones infantiles. Yo, puedo ser como ella después de leer sus palabras, creo que si lo soy. Yo también crecí con esos momentos pegados en mi piel, embriagado con los mismos olores a chocolate caliente y a frescura de lavanda recién cortada.
«Flores entre escombros» son imágenes inalterables de Vallecas, de las Cávilas, del barro pegado a los zapatos «Gorila», del carbón, del frío, de las ojeras, de María la chatarrera, de la cartilla de racionamiento, de la muerte, de la rabia, de Antonia, de las zapatillas de esparto, de Concha y Catalino, de los colchones sin borra, de Pepe y sus hermanos, del bulevar, del vestido prestado para la comunión, de los juegos entre escombros, del ruido de las bombas, de la venganza, de la amistad, de Diógenes y Luisa, de la Chaquiruela, de la tabla de multiplicar, del miedo, de la represión, de la esperanza, de la soledad y de la gazuza que les atravesaba los sentidos hasta hacerles desfallecer. Todos y cada uno de esos retratos, son parte de esta gran publicación y de la vida misma, en donde su autora, no ha puesto solamente sus letras, creo que también ha puesto su corazón en ellas y está presente detrás de cada renglón de esta emocionante y sentida narración.
Me quedo con unas hermosas y dignificantes palabras de Concha, su protagonista: «La realidad es dura pero tiene muchos colores y yo elegí el de la flor. El color de la flor entre los escombros. El color de la vida».
Y con esa frase que me saca una leve sonrisa de cariño y complicidad, en mis oídos continúa sonando esta tediosa cantinela de mi niñez…
Nueve por una es nueve,
y la piel, se torna azulada.
Sangre derramada
por las sílabas que salen al alba
de aquellas ansias contenidas
entre canciones de la Patria
y Padrenuestro con sabor a rancio
a la entrada de aquel pequeño colegio
mezclado con el barro
y con las tristes miradas
que nos arrojaban a la cara.
Y continúa la cantinela…
Nueve por cinco
cuarenta y cinco.
Taladra el estruendo
de la dictadura del poder,
de los reglazos en las manos sucias
sucias de tanto coger la lima
y clavarla en la tierra de mi barrio.
José Luis Labad (2016)
Aquella negra época, era de celebración para unos y de luto para otros, pero lo peor de esta amarga tragedia, es que la gente normal y corriente como la familia de esta novela, era como la de miles y miles de españoles que no comprendían lo que estaba pasando a su alrededor; ellos solo querían vivir en paz y tener un trabajo digno y permanente, pero el destino les situó en el lado de la miseria. Era el lado de los perdedores. El lado de la amargura.
«La busca» es la cotidianidad que como a Concepción, también le tocó vivir a mi padre y a su familia; ellos, estuvieron en la parte castigada por la represión, esa a la que llamaban de izquierdas, algo que muchos ni comprendían. La suerte de mi madre en cambio, fue mucho mejor y aunque con carencias, estuvieron en el otro lado del hambre, en la zona de la derecha. Mi padre, fue de esos niños que junto a sus hermanas, fueron llevados a Valencia. Recogía carbón de las vías del tren pasando por las penurias del frío y del dolor aullador y delirante en el estómago. Posteriormente también se dedicó al estraperlo y a sobrevivir. No tenía mucho, pero me dejó su mejor herencia; su amor. Por eso, esta novela me ha emocionado tanto, me ha llegado al corazón y ha removido todos y cada uno de mis recuerdos, momentos relatados por mis ancestros al calor del brasero y al cariño desinteresado de unos padres, que soportaban las penurias en silencio y con una sonrisa en el rostro.
María del Carmen Aranda, te introduce en esta triste historia y te lleva de la mano por esos lugares que te contaron de chiquillo y que hoy, sigo viendo en mis evocaciones infantiles. Yo, puedo ser como ella después de leer sus palabras, creo que si lo soy. Yo también crecí con esos momentos pegados en mi piel, embriagado con los mismos olores a chocolate caliente y a frescura de lavanda recién cortada.
«Flores entre escombros» son imágenes inalterables de Vallecas, de las Cávilas, del barro pegado a los zapatos «Gorila», del carbón, del frío, de las ojeras, de María la chatarrera, de la cartilla de racionamiento, de la muerte, de la rabia, de Antonia, de las zapatillas de esparto, de Concha y Catalino, de los colchones sin borra, de Pepe y sus hermanos, del bulevar, del vestido prestado para la comunión, de los juegos entre escombros, del ruido de las bombas, de la venganza, de la amistad, de Diógenes y Luisa, de la Chaquiruela, de la tabla de multiplicar, del miedo, de la represión, de la esperanza, de la soledad y de la gazuza que les atravesaba los sentidos hasta hacerles desfallecer. Todos y cada uno de esos retratos, son parte de esta gran publicación y de la vida misma, en donde su autora, no ha puesto solamente sus letras, creo que también ha puesto su corazón en ellas y está presente detrás de cada renglón de esta emocionante y sentida narración.
Me quedo con unas hermosas y dignificantes palabras de Concha, su protagonista: «La realidad es dura pero tiene muchos colores y yo elegí el de la flor. El color de la flor entre los escombros. El color de la vida».
Y con esa frase que me saca una leve sonrisa de cariño y complicidad, en mis oídos continúa sonando esta tediosa cantinela de mi niñez…
Nueve por una es nueve,
y la piel, se torna azulada.
Sangre derramada
por las sílabas que salen al alba
de aquellas ansias contenidas
entre canciones de la Patria
y Padrenuestro con sabor a rancio
a la entrada de aquel pequeño colegio
mezclado con el barro
y con las tristes miradas
que nos arrojaban a la cara.
Y continúa la cantinela…
Nueve por cinco
cuarenta y cinco.
Taladra el estruendo
de la dictadura del poder,
de los reglazos en las manos sucias
sucias de tanto coger la lima
y clavarla en la tierra de mi barrio.
José Luis Labad (2016)
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