Una posible futura civilización
Los Temuranos, incomprensiblemente en general, eran personas muy
delicadas, se veían afectados en muchas ocasiones por
enfermedades que siglos atrás habían sido tratadas como enfermedades
silenciosas, donde los efectos se evidenciaban cuando
ya se habían producido cambios irreversibles; este tipo de
enfermedades se desarrollaron de tal manera que se volvieron
rebeldes y agresivas a los tratamientos convencionales.
Manchas blanquecinas que se iban extendiendo por el cuerpo
eliminando su pigmentación, produciendo graves quemaduras
si percibían el mínimo rayo solar, dolores articulares punzantes
intensos y súbitos, pérdidas intermitentes de la vista y memoria
o rigidez corporal produciéndoles parálisis esporádicos.
En las ciudades Temura, había muchas personas que arrastraban
otro tipo de enfermedad cuyo nombre había sido transmutado
por «Blues». Los síntomas principales eran la apatía,
la indiferencia, la anhedonía (disminución de la capacidad de
disfrute), junto con un estado de ánimo deprimido.
En su forma más grave, este tipo de inhibición conductual
se les reflejaba como retardo psicomotor, dándose un ralentizamiento
generalizado de las respuestas motoras, el habla, el
gesto y una inhibición motivacional casi absoluta. En casos extremos,
este retardo podía llegar al «estupor depresivo», un estado
caracterizado por mutismo y parálisis motor casi totales,
y muy similar al estupor catatónico.
Acabábamos de aterrizar en la ciudad, y el Merkaba ya se
encontraba en un hangar que colgaba de uno de los fastuosos
edificios del Centro de Control de Estudios Humanitarios (CCEH).
Era de día y la luz del brillante Sol aún permanecía iluminándonos,
aunque me parecía un Sol distinto, más tenue, menos
bravío; quizás la multitud de estelas de colores que cruzaban
el cielo para el desplazamiento de sus Merkabas hiciesen
que el Sol del día o el resplandor de la Luna en la noche perdiesen
su majestuosidad.
Había oído hablar de los Temuranos y de sus ciudades, por
lo que no me sorprendió demasiado ver el color predominante,
el blanco de sus prendas y de sus rostros. Los sonidos que
llegaban a mis oídos no eran como el ruido de las aguas de mi
ciudad o el silbido del viento acariciando la vegetación que nos
rodeaba, sino la cacofonía de multitud de pantallas desplegándose
holográficamente a nuestro paso y desapareciendo de nuevo
en un siniestro vacío.
(Continuará Fragmento XIX)
María del Carmen Aranda es articulista en la revista:
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OTROS LINKS DE INTERES:
Del libro "LA 5ª CLAVE"
Perdonar
no es olvidar, es recordar sin dolor. La grandeza de un hombre no se
mide por lo que tiene, sino por la valentía que ha ido demostrando en su
camino, cada vez que un tropiezo le hizo caer y volvió a levantarse.
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