Me enamoré del personaje que imagine para mi novela, Urus me domino durante un tiempo adquiriendo cada día más fuerza; sin embargo Magali con su dulzura recondujo el final.
Es increíble el poder y el dominio que pueden ejercer los personajes ante su autor.
Es increíble el poder y el dominio que pueden ejercer los personajes ante su autor.
Perder la cabeza' por amor tendría su justificación científica, ya que hay determinadas zonas del cerebro que se desactivan cuando una persona demuestra su cariño a otra, y están relacionadas con aquellas áreas donde se producen los juicios sociales y morales y el razonamiento.
Todo sucede en la ínsula, región que controla las emociones primarias
(Fragmento XVI)
Urus
estaba allí, en silencio, observándonos a todos a través
de
sus grandes ojos negros y largas pestañas; mirándome fijamente
se
levantó y se dirigió hacia mí, en un segundo nuestras
miradas
se cruzaron y mi corazón súbitamente empezó a
latir
con más fuerza, no podía dejar de mirar su resplandeciente
y
franca sonrisa desplegada en su cara y sus bellos ojos que
parecían
dos estrellas radiantes de luz.
¡Dios
Mío! Me estaba enamorando de él. Mi cuerpo entonces
empezó
a temblar; un nudo en mi garganta dejó atoradas
mis
palabras, un sentimiento de triunfo se expandía por mi
pecho,
extendiéndose por todo mi cuerpo, desplazando con rapidez
cualquier
otra emoción que estuviera amenazando por
surgir
en mí. En aquel momento el tiempo se detuvo dejando
el
aire atrapado en mis pulmones.
No comprendía lo que sucedía. Algo en mí estaba cambiando,
podía
percibir el calor de mi cuerpo emanar, aflorar, expandirse
a
mi alrededor combinándolo con una inmensa luz
que
desde mi interior emergía.
Una atracción intensa como un imán me impulsaba hacia
él,
quería percibir su olor, sentirle en mi piel.
Mi mente se vio confundida, perdida ante la turbulencia
de
nuevas sensaciones; mi garganta me impedía hablar y mis
piernas
andar.
Allí, frente a él, permanecí casi petrificada ante su mirada
durante
unos segundos; para mí, como si hubiese sido toda una
eternidad.
Qué sensación tan inesperada y maravillosa. Sin pretenderlo,
mis
ojos se iluminaron al pronunciar su nombre: Urus.
Era consciente de la gran atracción que sentí por él la
primera
vez que le vi. Sin saber describir la razón y sin querer
darle
más importancia, intenté convencerme de que su
marcha
no me afectaría. «Será algo pasajero», me dije, al fin
y
al cabo estarían solo unos días y ¿después? Después volverían
a
su ciudad, esa increíble y extraña ciudad saturada de
tecnología;
una sociedad de disparatados artilugios, excentricidades
y
fantasías donde la superficialidad era la base de
sus
vidas, pero Urus lo superaba todo. ¿Qué clase de Temurano
era?
Mi mente se vio invadida de nuevo por su personalidad,
veía
en sus ojos una mirada limpia y pura, sus labios, sus gestos,
su
sonrisa, su voz y sensibilidad al hablarme…, era perfecto,
me
costaba entender cómo podía ser un Temurano.
Empecé a imaginar cómo sería y qué sentiría si su mano rozase
lamía,
y solo con ese pensamiento mi corazón latía con más
fuerza
y me estremecía.
Urus, mi amado Urus, el gran observador,
hombre
inteligente, tierno y sabio, un Temurano que solo con su
mirada
hacía latir mi corazón como jamás lo había hecho nadie,
estaba
ante mí abrazándome con su mirada y yo me sentía desvanecer,
el
destino había provocado ese encuentro por alguna razón.
Me había enamorado locamente de él y era consciente de
los
problemas que ello podría ocasionarme. Siempre había seguido
los
impulsos de mi corazón y mi sexto sentido; en esta
ocasión,
la intuición me decía que ese hombre marcaría mi vida.
La noche antes de su partida, después de la cena, dimos un
largo
paseo; mientras hablábamos, Urus cogió mi mano y, sin
pretenderlo,
suavemente, como un atisbo, nos acercamos tanto
que
sus labios rozaron los míos; en ese momento mi mente
se
sintió perdida, mi estómago se encogió, mis piernas empezaron
a
temblar y mi corazón aceleró sus latidos sintiendo cómo
mi
sangre corría más rápido por mis venas haciéndola efervescente.
Ardíamos de deseo, queríamos abrazarnos, estrechar nuestros
cuerpos,
besarnos. Aquella noche no pudimos separarnos,
nuestras
miradas se fusionaron junto con nuestros cuerpos ardientes
de
deseo; hicimos el amor toda la noche, sin descanso,
como
si fuese el último día de nuestras vidas, cuerpos sudorosos
y
ardientes embriagados de amor y pasión.
Fue una noche indescriptible que nos hizo volar a las alturas,
no
queriendo bajar de ellas.
El sol receloso iba iluminando nuestros cuerpos desnudos, aún
tumbados
sobre las frescas flores y húmeda hierba. El rocío de
la
mañana nos invitaba a decirnos el último adiós abrazándonos
fuertemente
hasta casi perder la respiración.
Qué felicidad tan inmensa sentía, y a la vez qué dolor. ¿Sería
así
siempre el amor?, me preguntaba a mí misma.
(Continuará, ver Fragmento XVII)
(Continuará, ver Fragmento XVII)
María del Carmen Aranda es articulista en la revista:
http://www.youtube.com/watch?v=vxaA8mnOroM |
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OTROS LINKS DE INTERES:
Del libro "LA 5ª CLAVE"
Perdonar
no es olvidar, es recordar sin dolor. La grandeza de un hombre no se
mide por lo que tiene, sino por la valentía que ha ido demostrando en su
camino, cada vez que un tropiezo le hizo caer y volvió a levantarse.
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