ROBERTSON, F. WILLIAM DIJO:
"Hay un pasado que se fue para siempre, pero hay un futuro que todavía es nuestro."
Empecé a recordar, seguía sentada allí, agotada... eran atisbos de mis emociones de un pasado que recordaba con añoranza viendo como un presente lloraba por aquello que fue y no volvería, los sentimientos me tenían bloqueada y aumentaban mi agotamiento. Todo ello iba grabándose en mi mente, fotografías secuenciadas de un pasado y la realidad de un presente que debía imprimir, que debía contar y así comencé el inicio de una historia.
"Hay un pasado que se fue para siempre, pero hay un futuro que todavía es nuestro."
Empecé a recordar, seguía sentada allí, agotada... eran atisbos de mis emociones de un pasado que recordaba con añoranza viendo como un presente lloraba por aquello que fue y no volvería, los sentimientos me tenían bloqueada y aumentaban mi agotamiento. Todo ello iba grabándose en mi mente, fotografías secuenciadas de un pasado y la realidad de un presente que debía imprimir, que debía contar y así comencé el inicio de una historia.
FRAGMENTO II
Me
contaban mis abuelos cómo en los días de fiesta, amigos y familiares
hacían pequeñas excursiones al río que tenían cerca de
su ciudad; bajo una frondosa y verde arboleda cercana a la orilla
del río extendían grandes telas de múltiples colores y todos compartían
la comida: una tortilla de patatas, filetes empanados, pimientos
verdes y refrescos. Todo junto a una gran sandía
que ataban con mucho cuidado a una cuerda de cáñamo que
a su vez estaba sujeta a un pedrusco, dejándola en la orilla
del río durante horas hasta que estuviese suficientemente fresca;
allí observaban cómo las pequeñas plantas que crecían en
su orilla se dejaban mecer a merced del agua que golpeaba alegremente
las piedras y juncos que a su paso encontraba; escuchaban
el sonido de los pájaros y veían cómo algunas ranas saltaban
sin ningún temor compartiendo su hábitat con ellos
que, incansables, chapoteaban y nadaban hasta el atardecer; una
ligera siesta, un nuevo baño y la vuelta a casa.
La alegría reinaba
en sus corazones y no necesitaban nada más, el sonido del
agua de aquel río limpio y fresco, lleno de vida y color, junto
con el recuerdo de sus risas y las anécdotas ocurridas en el
día, les acompañarían hasta la siguiente excursión.
Hoy
he ido a conocer ese río del que tanto me hablaron mis abuelos
y he llorado. Busqué la arboleda y sí, encontré unos pocos árboles
cuyas secas raíces desnudas se asomaban bajo la tierra suplicando
ayuda, árboles mutilados y otros desamparados cuya
tristeza se veía reflejada en sus hojas, hojas grises teñidas por
los gases de los coches de la autopista cercana. ¿Qué había sucedido?
No había juncos, ni piedras, ni ranas, ni se oía el ronco fragor
de sus aguas.
¿Qué
había ocurrido con su insinuante y atractivo color?
En
pocos años se había convertido en una charca que desprendía un
olor nauseabundo, permaneciendo allí prácticamente inmóvil, inerte.
Sus aguas iban acompañadas de una especie de arco iris
triste y apagado, una variedad de colores mutilados entre verdes
y morados; y los pocos peces que se habían resistido queriendo
sobrevivir, flotaban finalmente muertos, asfixiados en
la orilla donde el cieno formaba una tierra pegajosa y resbaladiza, compartiéndola
con cientos de insectos que volaban cortejando
la muerte que entre la basura se acumulaba.
Una
vista fantasmagórica, una escena surrealista dentro de una
realidad. Y allí, de pie, mirando a mi alrededor, lloré. Lloré
desconsoladamente y sentí una gran tristeza y angustia; me
sentí parte de ese árbol, de ese río y de esos peces.
Un
gran vacío llenó mi ser, sintiendo la impotencia y la vergüenza
de
ser parte causante de la creación de ese espectáculo tan
desolador.
A lo lejos, un gran bullicio entre música, motores de coches y gentío llegaba a mis oídos entremezclándose con el aire, provenía de unos grandes almacenes llenos de luz y colores artificiales que se erigían orgullosos y ajenos a ese espeluznante espectáculo como un gran panteón al pie del agonizante río.
Me
pregunté qué ocurriría dentro de unos años con mi mar,
ese mar azul cuyas olas acariciaban constantemente la orilla, mojando
esa fina tierra, desprendiendo ese olor a sal y a vida;
qué sería del volumen de las nubes, la velocidad y dirección de
los vientos, la textura del cielo por la noche, el color
del
sol en el día, la intensidad del rocío al amanecer; qué sería de
esos pequeños pececillos que sin ningún temor nadaban alrededor de
mis pies, de los paseos por la playa donde el viento receloso
acariciaba con mimo mi piel, el sonido de los niños que
inquietos y burlones construían sus castillos de arena adornándolos con
conchas y algas marinas mientras que pequeños
cangrejos
corrían despavoridos hacia la orilla sintiéndose amenazados por
aquellos traviesos pequeños.
¿Podría
ocurrir lo mismo? ¿Podría el eco de esas risas llenas de
vida desaparecer? ¿Podría un día abrir mis ojos y ver mi mar,
mi playa, mis recuerdos, todos esos olores transformarse de
igual manera que se transformó el río de mis abuelos?
«Nada
perdura», pensé. ¡Qué tristeza!, ni siquiera los pensamientos en
nuestro interior.
El mundo está cambiando y, aunque la memoria incansable se resiste manteniendo vivo en nuestra retina lo que era la sociedad, quizás dejemos de recordar esas maravillosas sensaciones que un día percibieron nuestros sentidos y no merecerá la pena perder el tiempo buscándolas; simplemente desaparecerán o se olvidarán.... (Continuará, ver Fragmento III)
OTROS LINKS DE INTERES:
http://www.otromundoesposible.net/el-rincon-de-carmen
http://www.youtube.com/watch?v=7e9JdAilXlE
http://www.youtube.com/watch?v=iXFccTVfMfM
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