domingo, 23 de marzo de 2014

Fragmento XIII El Gran Árbol Tiféret.Fin de una civilización año 2487 del Libro “Las Ventanas del Mundo”

El hombre no es ningún Dios y su prepotencia y arrogancia nos conducirá al fin de una civilización, sin embargo una bella historia de amor nos revelará que aún hay esperanza. 






.... física, estimulaba la afectividad en el plano de la amistad y el
amor, ayudando a la expresión calmada de las emociones y proporcionando
fortaleza de carácter y fe en sí mismo.
El hombre siempre había sido un receptor y transmisor de
energía, al igual que los cristales, por lo que al estar nuestras ciudades
construidas con gemas, las cualidades que de ellas recibíamos
vibraban en sintonía con nuestros cuerpos. Nuestro vivir
cotidiano estaba rodeado de vida y energía con un aire respirable.
El Merkaba había aterrizado en la ladera de una de las colinas
que rodeaban el valle. En la lejanía vimos cómo tres personas
descendían de él. Su estatura, a pesar de medir más de
dos metros, no nos resultó extraña, dado que era una estatura
media en aquella época; la manipulación de muchos de los alimentos
siglos atrás había generado una trasformación en el gen
del crecimiento, haciendo que las personas aumentasen de tamaño
generación tras generación.
Desde el valle les veíamos descender pausada y tranquilamente,
mirando todo a su alrededor; según se iban acercando,
sentimos una suave calidez en nuestros cuerpos, una especial luminosidad
se desprendía a nuestro alrededor como un fluido reflejo
de nuestro campo psíquico y espiritual, proyectando en él
todos nuestros pensamientos, emociones y sentimientos positivos
hacia ellos: era pura energía canalizada basada en la alegría.
Nos sentíamos muy complacidos de poder hablar con los
Temuranos, de poder enseñarles todos nuestros conocimientos
y ayudarles en lo que necesitasen. Sentíamos una escrupulosa
fascinación por lo que habían desarrollado en la oscuridad dentro
de sus múltiples túneles hacinados en las profundidades de
la tierra, aunque no compartiésemos su filosofía.
Los tres Temuranos seguían descendiendo por la tenue
verde ladera donde algunos matojos y plantas que durante el

invierno soportaron el frío despertaban con sus nuevas y jóvenes
hojas brillantes llenas de vida.
Con sumo cuidado, los tres invitados iban abriéndose paso
entre las pequeñas flores, miedosas, tímidas y delicadas, abigarradas
unas contra otras, formando pequeños grupos que se extendían
por la ladera a pesar de su timidez.
Estaban llegando al primero de los siete anillos que componían
la ciudad y allí estábamos nosotros, esperándoles con
una inmensa alegría.
Nuestra ciudad estaba compuesta por siete anillos concéntricos,
cada uno de ellos el doble de ancho que el anterior, confluyendo
todos en un pilar central donde se encontraba el árbol
de la vida, un árbol milenario compuesto de diez ramas que había
crecido en círculo formando una gran bola y donde sus hojas
de múltiples colores se entrelazaban en plena armonía.

El gran árbol Tiféret representaba los estados de la naturaleza
y cada una de sus grandes ramas tenía la función de abrir
el acceso a las capacidades escondidas de la psique, un gran referente
de inspiración para la vida de los Toekom.
De cada rama brotaban flores y hojas de distintos colores y
formas, diferenciándose una rama de la otra como si brotasen de
árboles distintos y a las que llamamos con diferentes nombres.
A la corona, el centro, el cerebro, le decíamos Kéter, sus
ramas eran redondeadas y correspondían al reino de la superconsciencia
de la experiencia, sugiriéndonos un aura rodeando
la propia conciencia, y así sus flores redondas y blancas envolvían
todos los poderes conscientes del alma.
La rama Jojma correspondía al comienzo de la sabiduría
y las Biná al entendimiento, ambas constituían los axiomas que
definen el mundo, correspondiendo a los fundamentales del
conocimiento que yacen detrás de todo nuestro proceso de
pensamiento. Estos axiomas se encontraban en la estructura
misma de la mente al nacer y llegaban a integrarse a ella mediante
nuestras experiencias de vida. Ellas formaban la base de
nuestra capacidad de estructurar y categorizar la información,
y por tanto, de obtener sabiduría. Sus ramas voladizas y flexibles
se entremezclaban con el resto dejando entrever pequeñas
y estrechas hojas grisáceas con puntas blanquecinas dando frondosidad,

majestuosidad, haciéndole un gran árbol compacto.


(Continuará,  ver Fragmento XIV)


DONDE COMPRAR "LAS VENTANAS DEL MUNDO":
OTROS LINKS DE INTERES:

Del libro "LA 5ª CLAVE"
Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor. La grandeza de un hombre no se mide por lo que tiene, sino por la valentía que ha ido demostrando en su camino, cada vez que un tropiezo le hizo caer y volvió a levantarse.

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